2426.- Preguntas que no tienen desperdicio.
Esas preguntas que nos hacen nuestros hijos, que nosotros nunca fuimos capaces de plantearnos y para las que no tenemos respuesta porque son preguntas con fundamento. Preguntas profundas difíciles de contestar.
Ayer, mientras ayudaba a mi hijo pequeño de siete años a vestirse, me hizo una de esas preguntas.
Seriamente, mientras metía un brazo por la manga, me dice: «Mamá, ¿alguien ya del mundo se ha chupado el codo?»
No tuve respuesta. Tuve que admitir mi ignorancia. «No lo sé…»
Él, en su búsqueda de la verdad y de una respuesta de vida, me dice, «a lo mejor algún bebé que son más elásticos.»
«Seguro.» Sólo pude contestar eso ante semejante evidencia.
Y después, admitiendo mi ignorancia y aguantando la risa, apunté la pregunta en mi agenda para poder transcribirla aquí hoy tal cual. Sin artificios. Sin palabras mías. Sin adornos. Tal cual el pronunció sus palabras.
El mundo, hecho un asco. España, ni os cuento. Y la preocupación de un niño de siete años es si somos ya capaces de chuparnos el codo. Algo tan simple y a la vez tan difícil de conseguir y si no, intentarlo que ya os estoy viendo a todas y todos estirando la lengua cual jirafas probando a chuparos el codo.
A mi, este pensamiento me llevó como buena adulta que soy y entristecida por la situación en general que vivimos, asqueada por los comportamientos de los adultos, de todos, no sólo de los gobernantes porque todos en nuestras pequeñas parcelas debemos ser para estos niños ejemplarizantes y no somos más que «mierdecillas» (perdonarme la expresión), me llevo a recordar a todos esos niños que sufren tanto y para los que sus preguntas no serán tan simples como las de mi hijo. Lamentablemente.
Sus preguntas serán del tipo, «¿comeré hoy?», «¿pasaré mucho frío?», «¿tendrán un ratito mis padres para dedicarme?», «¿dejarán de pelear?», «¿por qué me hacen ésto?». Y ¡tantas otras más! que todos nos imaginamos y que no agradecemos leer.
¿Por qué no somos capaces de alejar a los niños de nuestras miserias? ¿Por qué no respetemos su infancia? ¿Por qué no sabemos ayudarles cuando más nos necesitan y sólo somos capaces de buscar culpables a su dolor? Ellos no quieren culpables. Ellos quieren dejar de sufrir. Comer. Reír. Jugar. No pasar frío. Besos. Amor. Cariño. Risas. Amigos. Compresión. Caricias.
Quieren, incluso pelearse con sus amigos y contárnoslo sin miedo a que, nosotros los adultos empeñados en joderles la infancia, traslademos nuestros defectos a su ambiente, y ya hablemos de «acosos» y otras tantas palabras y actitudes que no entran dentro de su mundo. Puro. Que se quedan excesivamente grandes. Sobre todo cuando son pequeños.
Me alegro tantísimo de que mi hijo tenga esta inquietud. Tan blanca. Y deseo para los hijos de los demás, para todos, que sus hijos tengan las mismas dudas. En nuestras manos adultas está.
Y ahora, que me he puesto demasiado sería, voy a buscar por Internet si alguien ha sido capaz de conseguir chuparse el codo para contárselo. Y si alguno de vosotros, es capaz, por favor, que nos mande la foto ¡que se la enseñaré encantada!
¡Encontré alguno! ¡Qué fuerte!